En 1989 Pablo Escobar ordenó un ataque con carro-bomba contra las instalaciones del diario, causando la destrucción de gran parte del edificio.
La explosión fue tan fuerte que alcancé que se escucho a más de diez kilómetros de distancia. En 1986 ya Escobar había mandado asesinar al director del diario, don Guillermo Cano.
En 1982 Escobar fue elegido suplente a la Cámara de Representantes y ocupó su curul. Había ciertas sospechas de que Escobar, quien se presentaba como empresario, estaba metido con las drogas y el contrabando. Pero su historial estaba limpio. Salvo que en 1976 fue detenido en posesión de cocaína, estuvo algunos días en la cárcel, pero los cargos fueron retirados —según se cuenta, por qué la juez a cargo resultó amenazada de muerte—. En agosto de 1983, tras revisar sus archivos, el periódico El Espectador publicó una reseña del arresto original.
Entonces no sé procesaron cargos, por lo que técnicamente Escobar podría seguir en su puesto como Representante, pero esta, junto con otras evidencias, indicaban que Escobar estaba metido en negocios ilegales lo que lo descalificaría.
En 1984 Escobar renuncia a su curul (para defenderse, según su carta de renuncia) y pasa a la clandestinidad. El reportaje en El Espectador no es la única causa. Un piloto estadounidense fotografió cuando cargaban cocaína en un avión de Escobar en Centroamérica y Escobar ordenó el asesinato de tal piloto, asesinato que fue ejecutado en suelo estadounidense. Tanto la foto como las evidencias del asesinato llevaron a los Estados Unidos a levantar cargos contra Escobar (y a los hermanos Ochoa, líderes del cartel de Medellín, a dejar que Escobar de volviera la cabeza visible del grupo).
El diario El Espectador fue una de las principales voces que denunciaron a Escobar y mantuvo esa línea de denuncia constante. Y eso Escobar no lo perdonó. Ordenó así el asesinato de su director y luego el bombardeo de sus instalaciones.
Guillermo Cano Isaza: director de El Espectador. Asesinado el 17 de diciembre de 1986.
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